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“Toda la dignidad que teníamos se hizo añicos: entrevista a la presidenta y a la directora de programas de WILPF-Afganistán

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JAMILA AFGHANI Y HAREER HASHIM, DE WILPF AFGANISTÁN.

Jamila Afgani y Hareer Hashim, de WILPF Afganistán, comparten sus preocupaciones y demandas tras ser evacuadas de Afganistán. Entrevista publicada originalmente en la web de WILPF International.

A medida que se intensificaba la toma de Afganistán por los talibanes a principios de agosto, la presidenta de WILPF Afganistán -la activista de derechos humanos Jamila Afghani- y la directora de programas de la Sección, Hareer Hashim, sabían que tenían que encontrar una forma de huir del país. En todo el país, las defensoras de los derechos humanos y otros activistas de los derechos humanos eran el blanco de los talibanes; sus valores de paz, libertad y democracia eran una afrenta para un grupo que históricamente ha oprimido a las mujeres y les ha negado el derecho a la educación y a la libertad de expresión. Junto con sus familias -incluidos los tres hijos pequeños de Jamila-, las dos mujeres intentaron acceder al aeropuerto internacional Hamid Karzai de Kabul durante una semana antes de poder cruzar finalmente los puestos de control. Con la ayuda de WILPF, otras organizaciones humanitarias y contactos personales, el grupo de 11 personas fue evacuado de forma segura a Noruega el 25 de agosto. Desde el hotel en el que se encuentran actualmente en cuarentena, Jamila y Hareer hablaron con el Secretariado Internacional de la Liga Internacional de Mujeres pro Paz y Libertad (WILPF) sobre sus angustiosas experiencias, el comportamiento que presenciaron por parte de los soldados estadounidenses y el fracaso de la comunidad internacional a la hora de proteger los derechos y la dignidad del pueblo afgano durante la crisis actual.

WILPF: ¿Cómo fue el intento de pasar los controles en el aeropuerto?

Hareer: En nuestro primer intento de evacuación, llegamos a los puestos de control de los talibanes y descubrimos que, en realidad, cooperaban bastante con nosotros. En los puestos de control gestionados por el ejército estadounidense, nos enfrentamos al comportamiento más degradante, peligroso y deshumanizado. Pensábamos que los soldados estadounidenses valoraban los derechos humanos y la democracia, pero en ese puesto de control nos enfrentamos al caos más absoluto. Jamila tiene una discapacidad y yo intentaba protegerla a ella y a su hija, que es pequeña y se estaba asfixiando en medio de la multitud. Tuvimos que sostenerla y se lesionó. Me caí y me pisotearon. Sosteníamos las muletas de Jamila en el aire, agitando y gritando. A los soldados les daba igual. Vi que en nuestra propia patria, dentro de la jerarquía estábamos en el nivel más bajo. No importaba si eras un activista de los derechos humanos, si eras una persona con discapacidad, si tenías hijos. Era un sálvese quien pueda. A las personas que se suponía que debían ayudar no les importaba.

Jamila: No se daba prioridad a la gente. Oímos repetidamente que se dejaba entrar a los delincuentes, mientras que se dejaba atrás a las activistas de derechos humanos y a otras personas. Estaba mal gestionado. Era un caos. Deberían haber dispuesto de mecanismos adecuados para evacuar a la gente de forma más organizada.

WILPF: ¿Cómo conseguisteis finalmente entrar en el aeropuerto?

Jamila: Tenía visados para 11 países, pero cada vez que intentábamos entrar en el aeropuerto nuestros intentos fracasaban. Durante una semana, íbamos al aeropuerto y esperábamos muchas horas para llegar a los distintos puestos de control. Pero los teléfonos cercanos a las puertas de embarque no funcionaban, Internet no funcionaba -todas las comunicaciones estaban cortadas-, así que no podíamos comunicarnos con nuestros contactos dentro del aeropuerto para decirles que estábamos en la puerta de embarque y que alguien debía venir a apoyarnos. Cada día, teníamos que regresar a un lugar diferente en lugar de ir a casa, y volver al aeropuerto al día siguiente para intentarlo de nuevo. Intentamos casi todas las formas posibles de entrar. Pero no organizaban la entrada en función de quien merecía o necesitaba pasar.

Hareer: A través de amigos y familiares, pudimos conseguir una palabra clave que fue reconocida por los militares noruegos, y así pudimos cruzar. Pero cuando cruzamos, tuvimos que saltar a las aguas residuales. A los militares ni siquiera se les permitió ayudarnos a cruzar el puente. Estábamos muy preocupadas por cómo iba a cruzar Jamila debido a su discapacidad; lleva una prótesis. No sabíamos cómo iba a funcionar. Por suerte, mi padre se la echó a la espalda y la cargó, pero podría haberse caído y resultar gravemente herida. Nos tiramos literalmente a las aguas residuales, que estaban llenas de [excrementos humanos] y no sabemos qué más. Nos despojaron de todo lo que teníamos. Nuestra identidad. Nuestra dignidad. El último recuerdo que tenemos de Afganistán está muy marcado por esto. Es un recuerdo que todavía nos produce pesadillas. Fue tan deshumanizante… Toda la dignidad que teníamos quedó destrozada.

Jamila: Tenemos que encontrar una forma más humana y digna de evacuar a la gente, de evacuar a las mujeres y a las defensoras de los derechos humanos. Y de forma segura. No podemos permitir que otros pasen por lo que nosotras pasamos. Debe haber una estrategia adecuada. De momento, el aeropuerto de Kabul está descartado, es extremadamente peligroso. Debemos encontrar algunas rutas alternativas para ayudar a la gente a huir a los países vecinos.

WILPF: ¿Qué medidas debería tomar la comunidad internacional ya mismo para ayudar a las y los afganos?

Jamila: El Gobierno elegido nos abandonó en un solo día sin ningún tipo de restricción a manos de los talibanes. Crearon un vacío de poder en el país. Personalmente nunca les perdonaré este enorme error, esta acción inaceptable. Han creado un vacío de poder y ahora los talibanes están sobre el terreno. Ahora los talibanes están al mando. Han llegado como un grupo victorioso. Pero 36 millones de personas viven en Afganistán, necesitadas de alimentos, sin ver satisfechas las necesidades básicas de la vida. Hago un llamamiento a la comunidad internacional para que impida un gran colapso del sistema. Al menos tenemos un sistema de Gobierno. Al menos tenemos personas capacitadas para gestionar el sistema. Y si no hay un esfuerzo para construir confianza, todo el mundo se irá de Afganistán. Y perderemos todo lo que tenemos. Creo que la comunidad internacional debería aceptar esta realidad. Pero debería ser con condiciones. Que los talibanes respeten los derechos humanos, que respeten los derechos de las mujeres, que trabajen de acuerdo con las convenciones internacionales como miembros de la comunidad internacional. Debemos presionar para conseguirlo. No es un escenario ideal. Es lo mínimo que podemos hacer en este momento.

WILPF: ¿Pueden hablarnos de la vida en Afganistán antes de esta crisis?

Hareer: Me sentía más viva. Me sentía aceptada, sentía que pertenecía a algún lugar. Había una sensación de empoderamiento porque estás haciendo algo por la gente de tu nación, y sientes que estás devolviendo algo a tu comunidad. Te sientes bien y feliz y muy emocionada por todo lo bueno que ha ocurrido, por todo el progreso que se ha hecho en los últimos 20 años. Kabul tiene un ambiente revitalizante. El clima rejuvenece el alma. La gente es muy hospitalaria. Están llenos de esperanza. A pesar de todo lo que hemos pasado, a pesar de todos los obstáculos. Hemos pasado por muchas cosas -más de 40 años de guerra- y tenemos todos los motivos para rendirnos, pero nuestra gente nunca se ha rendido. Nuestro pueblo nunca se ha rendido. Nuestra gente sigue mirando hacia delante. Tienen las mayores sonrisas en sus rostros. Es tan inspirador. Y me siento tan aliviada de ser afgana. Sé que para mucha gente puede ser una maldición, pero para mí ha sido una bendición. Por eso también te rompe el corazón cuando tienes que dejarlo atrás”.


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