Emergencia climática

La crisis ambiental, la seguridad y el poder

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La crisis ambiental, la seguridad y el poder

El mundo debe cambiar, aunque éste es un tema que aparentemente no interesa demasiado a los políticos. Hace unas semanas se celebraba la cumbre Cop26 en Glasgow, y como ya se podía prever no ha resultado en compromisos que vayan a poner en marcha los cambios urgentes que reclama el mundo científico. Será porque los cambios que debería hacerse no interesan a los sistemas de poder que rigen el mundo actual, a pesar de ser un tema esencial para la gente y para todos los pueblos de la Tierra. Porque los Estados, como explican Nick Buxton y Ben Hayes, han sido cooptados por las grandes corporaciones transnacionales, muchas de ellas extractivas, que obtienen tratos de favor de los estados y que con su poder no democrático se oponen a cambios que harían tambalear sus beneficios. Todo ello, con ayuda de las entidades financieras, con la protección que obtienen de los sistemas de seguridad nacional, y en perfecta simbiosis con el complejo militar-industrial de los grandes países del Norte global.

Y es que, de hecho, los sistemas de seguridad nacional están preparados para proteger a las élites, sus intereses y su pervivencia, haciendo más ricos a los ricos mientras van ampliando la bolsa de los desposeídos. Se dice que defienden los “intereses nacionales”, pero éstos son plutocráticos, no los de la gente. En el mundo actual, los nuevos grandes problemas (crisis climática, pandemias, deforestación, agotamiento de recursos) no entienden de fronteras y afectan a todo el mundo. En el siglo XXI, este concepto de seguridad nacional basado en fronteras ha quedado obsoleto y no ayuda a (toda) la gente del planeta; en cambio, resulta necesario para garantizar la continuidad de las prácticas coloniales y del expolio de los recursos fósiles que están en la raíz de la crisis ambiental, siendo también imprescindible para mantener cerrada la fortaleza de los países del Norte global. En este sentido, podemos afirmar que los sistemas de seguridad nacional militarizada son responsables instrumentales de la mayor parte de emisiones y por tanto de la actual crisis ambiental. Los 23 países que fabrican y exportan el 97,8% de las armas a nivel mundial generan el 67,1% de todas las emisiones, aunque sólo acogen al 35,48% de la población mundial.

Cabe decir que además la contribución directa de los sistemas de defensa y seguridad nacional a la crisis ambiental es claramente significativa, aunque desapercibida. El Protocolo de Kioto, por la presión de las grandes potencias, no contemplaba las emisiones militares. En el Acuerdo climático de París (2015) finalmente se incluyeron, pero con el matiz de que los Estados no están obligados a publicar las emisiones de su sistema militar. Sin embargo, se ha podido estimar que las emisiones de CO2 de los ejércitos de todo el mundo son entre un 5 y 6% del total de emisiones de carbono, y que la actividad militar de EE UU fue la responsable de la emisión de 212 millones de toneladas de CO2 equivalente durante el año 2017. De hecho, si el departamento de defensa de EE UU fuera un estado, sería el 47º mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo.

En Europa, las emisiones militares de 2019 se estimaban en 24,8 millones toneladas de CO2e, equivalentes a lo que emiten 14 millones de coches en un año. Y en España, las emisiones 2019 de las Fuerzas Armadas sumaron un total de 2,794 millones de toneladas de CO2 equivalente, a las que se deben sumar 694.000 toneladas de las cinco principales empresas militares y de seguridad, lideradas por INDRA. Y el impacto de la huella militar sobre el planeta no es sólo debida a las emisiones. Hay que hablar también de la contaminación tóxica y en ocasiones radiactiva de las tierras, agua y aire y de los residuos que generan las operaciones militares. En definitiva, el sistema militar, clave de la seguridad nacional, garantiza la pervivencia del actual sistema, a la vez que él mismo es una de las causas directas de la crisis ambiental y climática.

Somos demasiado crédulos. Hay causas que rara vez se explican, y hay soluciones que no son las que nos dicen, porque otro mundo es posible. En cuanto a las causas, Virginia Woolf explicó en sus Tres guineas que todo procede de las llamadas cualidades viriles: “Se nos impone una imagen. Es la figura de un hombre; algunos dicen, otros niegan, que es el propio Hombre, la quinta esencia de la virilidad, tipo perfecto del cual todos los demás son sólo sombras… Su cuerpo, en posición poco natural, está bien encajado en un uniforme. Sobre el pecho de este uniforme lleva cosidas varias medallas y otros símbolos místicos… Detrás hay casas en ruinas y cadáveres: hombres, mujeres y niños“, añadiendo además que ”Sin guerra no habría salida para esas cualidades viriles que la lucha desarrolla, puesto que luchar es una característica sexual que ella no puede compartir, con la contrapartida del instinto materno que él no puede compartir“. En otras palabras: son los valores patriarcales quienes generan el deseo incontrolado de poder, la desmesura (hibris) que afecta al planeta y las generaciones futuras, la violencia y la guerra, la necesidad de vencer a los Otros, el interés por detener a los prescindibles en las fronteras.

Estos esquemas patriarcales están en el origen de la voluntad de conquista, de ese crecimiento continuado y suicida que estamos sufriendo, de una depredación global de recursos que sólo se puede mantener con unas estructuras militares que aportan seguridad “nacional” a unos pocos privilegiados. Unas estructuras que se nos han hecho tan naturales que casi nadie las cuestiona. Pero gracias al pacifismo y al feminismo hemos ido entendiendo los mecanismos que perpetúan el sistema. Y ahora podemos afirmar que los esquemas patriarcales son el combustible de esta seguridad militarizada que a su vez consideramos responsable instrumental de la mayor parte de emisiones y por tanto de la actual crisis ambiental.

Sin embargo, hay que estar atentos porque, además, muchas supuestas “soluciones” nos seguirán viniendo desde los sistemas actuales de poder. La transición energética, por ejemplo, ¿debe realizarse con grandes infraestructuras controladas por unas pocas empresas, o bien debe repensarse desde una perspectiva planetaria y de necesidades de la gente? ¿Debemos cambiar la protección militarizada del suministro de combustibles fósiles por la protección militarizada del transporte de litio? ¿O debemos ir pensando en soluciones energéticas locales, comunitarias y de racionalización del ahorro? ¿Debemos seguir queriendo tener de todo, o bien debemos apuntarnos al consumo local? ¿Coches privados y aviones o bien promoción del transporte público, vehículos compartidos y trenes? ¿Soluciones basadas en valores patriarcales o bien propuestas basadas en una nueva ética del cuidado?

No llegaremos a la paz medioambiental y no resolveremos la crisis climática si no superamos el actual sistema militarizado de seguridad nacional, y no podremos hacerlo desde perspectivas patriarcales. Otro mundo es posible y necesario. Y como dice Carol Gilligan, en un contexto patriarcal, los cuidados son una ética femenina, pero en un contexto democrático, el cuidado de las personas es la ética humana.

El camino que puede salvarnos es el de la seguridad humana, con una visión eco-feminista que nos lleve a una sociedad basada en el cuidado de las personas, escuchando y aprendiendo de todos, de los pueblos del Sur y de los indígenas; con un respeto que se traduzca en detener la depredación de recursos, en la acogida de las personas migrantes y en la reparación de los daños coloniales. Un camino que implica aceptar nuestros límites y nuestra vulnerabilidad, con actuaciones que respeten el equilibrio ecológico, aceptando que ahora nos toca pensar en términos de decrecimiento, y poniendo la dignidad de todas las personas en el centro, desde las virtudes de la cultura femenina como explicaba Giulia Adinolfi.

Será necesario un gran esfuerzo educativo para entender que todos somos “Nosotros” y para ahuyentar el racismo y la xenofobia. Y hay que decir que necesitaremos nuevas herramientas pensadas desde un enfoque de tecnología feminista, una tecnología que debe ser post-machista, post-violenta, eco-feminista y de paz positiva, centrada en el cuidado de todas las personas y del planeta y en el respeto a las generaciones futuras. En palabras de Wendy Faulkner, debemos construir una alternativa a la tecnología patriarcal dominante, porque no podemos transformar las relaciones de género [y violencia] sin meternos en tecnología.

Las acciones por el clima y el medio ambiente deberían incluir en su discurso la necesidad de desarme y de una reducción del gasto militar mundial, así como el traspaso de los recursos militares actuales hacia programas de acción eco-feministas para abordar los grandes retos globales que nos afectan. Estas medidas reducirían de forma directa las emisiones, debilitarían a los poderes corporativos globales, abrirían la puerta a una nueva geopolítica, y permitirían implementar políticas reales de seguridad humana y planetaria con perspectiva feminista. Y es que tanto la seguridad humana como el cuidado del planeta y las personas a nivel global son imposibles de alcanzar sin desmantelar y sustituir el sistema militarizado de seguridad nacional, y éste no se puede desmantelar desde una visión patriarcal.


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