Acciones contra conflictos armados

Ucrania: qué hemos hecho mal para llegar a la guerra

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Guerra en Ucrania

Una cuestión previa. Los conflictos, todos, desde los interpersonales a los interestatales, tienen como mínimo dos actores y a menudo muchos más, y todos ellos tienen responsabilidades con mayor o menor grado en las causas que han originado el conflicto. Esto viene a cuento para buscar las causas del conflicto actual en Ucrania y ver cómo han actuado los estados y qué responsabilidades han tenido en esta guerra.

Una vez estallada la guerra en Ucrania, aparte de la condena unánime que merece Rusia por su intervención militar violando la soberanía de un estado que, a su vez, viola el derecho internacional amparado por Naciones Unidas, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué hemos llegado a esta situación?

Una pregunta que nos lleva a recordar las opiniones de analistas y gentes de diferente signo que, tras el final de la guerra fría, dejaron constancia del camino que debía seguir Europa tras el colapso de la URSS y el desmantelamiento del bloque soviético. Opiniones que señalaban que en Europa se debía generar una nueva estructura de seguridad compartida entre todos los países del Oeste y el Este europeo, incluida Rusia. Una demanda que fructifico cuando los estados acordaron el nacimiento de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), surgida en 1991 para poner fin a la pesadilla del enfrentamiento entre los dos bloques político-militares.

La OSCE surgía con el mandato de crear una nueva estructura de seguridad para Europa mediante mecanismos de prevención de conflictos. Una OSCE que surgía de la reunión celebrada un año antes en París, donde 56 países, todos pertenecientes a Europa, América del Norte y Asia Central aprobaron la Carta para una Nueva Europa con un conjunto de medidas de desarme y de cooperación para todos los estados miembros que generaron muchas esperanzas de estabilidad para esa gran área.

Un hecho que se celebró con alegría pues esa nueva estructura de seguridad para Europa representaba un cambio de rumbo en las políticas llevadas a cabo hasta entonces con un conjunto de medidas de desarme y de cooperación entre los estados. Entre las más apreciadas, la firma del Tratado de Limitación de Fuerzas Convencionales en Europa (CFE) que reducía substancialmente el militarismo y el armamentismo en suelo europeo y abría el camino a la reducción del gasto militar, la producción de armamentos y del comercio de armas.

Pero pronto las esperanzas se convirtieron en frustración, cuándo poco después, en ese mismo año de 1991, en Roma, se reunieron los estados miembros de la OTAN para discutir sobre el futuro de la Alianza después de la disolución del Pacto de Varsovia, su enemigo natural hasta entonces, y en lugar de disolverse decidieron la continuidad de la OTAN. En esa cumbre definieron una nueva identidad de seguridad y defensa y cambiar las actuaciones restringidas hasta entonces al Atlántico Norte para extenderlas fuera de esa gran zona. Pero el bloque OTAN no tuvo bastante, se expandieron incorporando hasta catorce repúblicas del extinguido bloque soviético incumpliendo las promesas hechas por George Bush padre a Mikhail Gorbachov de no acercarse a las fronteras rusas. Algo que ya había sido advertido por diferentes intelectuales y artífices del núcleo duro estadounidense durante la guerra fría, como George Kennan, Thomas Friedman o Zbigniew Brzezinski, que señalaron que no se debía humillar a Rusia acercando la OTAN a sus fronteras porqué eso podía generar conflictos en el futuro. Algo que también afirmó el conspicuo Henry Kissinger, quién en 2014, tras la revolución del Euromaidan, advirtió que la demanda de Ucrania de entrar en la OTAN podía abrir un grave conflicto con Rusia.

No se hizo caso y la Carta de París de 1990 quedó deslegitimada y la OSCE fue relegada a un segundo plano por la beligerancia de la OTAN que se instauró como sistema de seguridad colectiva para los países miembros dejando al margen a Rusia y el resto de los países no integrados. La paulatina incorporación de las catorce exrepúblicas soviéticas propició un aumento del gasto militar, pues esos países tenían que hacer compatibles sus ejércitos con los de los países occidentales, lo que los obligó a adquirir armamentos en Estados Unidos y en los grandes fabricantes de armas europeos, Reino Unido y Francia. Con ello quedó servido un aumento del armamentismo en Europa como se puede observar con el incremento del gasto militar de todos los países miembros de la OTAN y que a su vez obligó s Rusia a seguir ese mismo camino.

Tras un sinfín de despropósitos, ruptura de Tratados sobre armas nucleares por parte de Estados Unidos y seguidos por Rusia, e instalación de un escudo antimisiles frente a Rusia. El Kremlin alertó que no admitía que ni Ucrania ni Georgia, países fronterizos con Rusia se incorporaran a la OTAN. Esto originó la guerra en Georgia en 2008 en los territorios de Osetia del Sur y Abjasia que con ayuda rusa derrotaron a Georgia y se declararon repúblicas independientes bajo tutela de Rusia. Y ahora, en un caso similar, aparece tras invasión rusa la guerra en Ucrania.

Quienes habíamos advertido del erróneo camino emprendido por la OTAN respecto a Rusia pues podían generar conflictos, ahora no se nos puede pedir por razones de Realpolitk, que apoyemos el envío de ayuda militar y armas a Ucrania. Por dos razones, una, porque esas armas, como ha indicado el Gobierno de Kiev, se distribuirán entre la población para que se enfrenten al ejército ruso, algo que es muy peligroso, pues la guerra despertará antagonismos y odios entre la población ucraniana y la pro-rrusa y pueden servir para atacarse entre ellos como ya ocurrió en las guerras de la ex-Yugoslavia. Y un segundo elemento, esas armas distribuidas entre la población una vez acabe la guerra, pueden desviarse hacia el mercado negro e ir a parar a manos del crimen organizado, grupos ultras o exportarse a grupos armados y señores de la guerra en el exterior.

Por otro lado, al margen de las reacciones emocionales que provocan las imágenes de dolor que sufre la población de Ucrania, las gentes pacifistas hemos de continuar levantando la voz de que la vía militar no es la mejor solución para acabar con las guerras, pues las armas y la ayuda militar que se enviará contribuirán, por un lado, a producir una mayor mortalidad, y por otro, a alargar una guerra que el ejército de Ucrania tiene perdida delante del poderoso potencial militar ruso.

Entonces, es mejor apostar por la vía diplomática como alternativa a la vía militar pues más tarde o más temprano se necesitarán negociaciones que conduzcan a unos acuerdos de paz que pongan fin al conflicto y cuando más se atrase ese escenario mayor sufrimiento padecerá la población. En ese sentido, es urgente poner todos los esfuerzos en negociar un alto el fuego que permita abrir una mesa de negociaciones donde estén presentes los gobiernos de Rusia y Ucrania, con presencia de países neutrales que hagan de mediadores junto a sociedad civil y mujeres, como así reclama la Resolución 1513 de Naciones Unidas.

Por último, un aviso para impedir nuevos conflictos armados. O se inicia el camino de políticas de seguridad compartida, de neutralidad, de desarme que permitan reducir el gasto militar, la producción de armamentos y del comercio de armas o se generaran nuevos conflictos que pueden desembocar en nuevas guerras.